CULTURA

El CAB abre un nuevo ciclo expositivo hasta el 28 de mayo

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Las exposiciones estarán abiertas hasta el próximo 28 de mayo en el centro de arte contemporáneo de la Fundación Caja de Burgos, que en 2023 celebra sus primeros veinte años de vida

Redacción BurgosNoticias 
03/02/2023 - 18:45h.

El Centro de Arte Caja de Burgos CAB inaugura hoy sus tres nuevas propuestas artísticas, concebidas, respectivamente por Diego Delas, Liliane Tomasko y Nicolás Ortigosa, y que permanecerán abiertas al público hasta el próximo 28 de mayo.

El nuevo ciclo del CAB juega, en sentido literal, con nuestro lado más salvaje. La materia oculta que da forma a los sentimientos, el borrado de la obra de arte y los usos no convencionales de la memoria constituyen el explosivo cóctel preparado por los tres artistas que abren en el CAB el calendario de 2023, año en el que el centro celebra su vigésimo aniversario.

Diego Delas: Supersaludo (Cabeza borradora)

La gran instalación espacial creada por Diego Delas para el CAB emplea cuatro grandes murales textiles que aprovechan restos de ropa de cama con los que refiere un tiempo ido, vinculado a los ciclos de trabajo y a las labores ejecutadas en la casa-hogar tan propia de no pocos lugares vinculados a nuestra tierra castellana.

Esos muros se acompañan de una suerte de exvotos que cumplen una función espectral, la de sugerir un mundo entre alucinado y demencial del que surgen figuras y personajes. Los murales se sobreponen a la estructura de las salas para acercarnos a la idea de las casas de nuestro territorio rural. Saberes y maneras de hacer procedentes de entornos periurbanos, campesinos y premodernos ante los que el artista sitúa al público y al que le pide que deje en suspenso su capacidad de discernimiento.

Delas fantasea en esta casa reducida a sus paredes de tela con los signos, marcas y esgrafiados de las casas de campo castellanas a las que entiende como un cuerpo tatuado, como un soporte de un texto solo comprensible para los iniciados. Las solas paredes vendrían a ser la cabeza demenciada de la casa desde la que el autor desea reconectar con un tiempo repetido, como el del largo invierno en el que resultaban imperativas las labores de cuidado que la mantenían viva (y con ella a todos sus moradores).

La propuesta artística desarrollada por Diego Delas se ha caracterizado por sus investigaciones en torno a lo que él llama "la cultura premoderna en regresión". Formado como arquitecto, en su obra se imbrican elementos procedentes de las construcciones domésticas propias del entorno sobre el que trabaja y estudia. En contra de lo que pudiera parecer, no se trata de una recuperación formal en los límites de la nostalgia, sino de un acercamiento a cuanto sustenta el recuerdo desde la memoria subjetiva y la elaboración de una narración deudora del pensamiento mágico. La casa es entendida por Delas como un cuerpo antes que personal, familiar, un depósito de historias en el que los arreglos ornamentales se precipitan junto a las experiencias vividas.

Liliane Tomasko: Name me not

Bajo la superficie que conforma el mundo tangible "sabemos que hay algo más, una materia oscura que da forma a nuestras vidas y a nuestras acciones, a nuestras interacciones con el mundo en el que vivimos", nos dice la autora. Un conjunto de pinturas de gran tamaño, como luminarias expandidas en un paisaje infinito, articularán el recorrido expositivo de la propuesta de Liliane Tomasko en el CAB.

Junto a ellas, una serie de pinturas verticales inciden en lo que somos, lo que tenemos, lo que sentimos y lo que queremos; mientras que otro conjunto de obras indaga más decididamente en el mundo de los sueños. Ese recurso al inconsciente sumergido en el sueño, pero también a su parte más emocional y sensible, se resuelve plásticamente en una pintura en la que los trazos desbordan la superficie y semejan un panorama abierto a la estructura interior del pensamiento.

La noche y el sueño asociado a ella surge como un territorio pictórico atravesado por un magma disforme, enmarañado y febril en ocasiones, detenido y expectante en otras. Las líneas generosas que parecen sujetar como una red cuanto sucede en el interior del cuadro semejan un mapa neuronal conectado solo en su parte más irracional. Cada gesto, cada mancha, cada rasguño de las pinturas de Tomasko evidencian nuestros mismos arañazos cerebrales solo desvelados en estados de suspensión mental.

Aunque en su obra primera la proximidad a la figura era aún perceptible, en los trabajos que Tomasko presenta en el CAB solo es posible construir un relato aproximado tras identificar los títulos asignados a las pinturas. Name me not ["no me nombres", pero también "no me digas nada"] sugiere un universo umbrío, ambiguo y un punto temeroso que la artista sitúa en el ámbito de lo insondable, de lo cautivo, de un interior que solo es posible mostrar con la fuerza, decisión y dinamismo de una pintura vital y por fuerza trascendente con la que la autora nos interroga: ¿no necesitamos urgentemente abordar la cuestión del yo, de quiénes y qué somos?

Nicolás Ortigosa: Obras/Works/ 2019-2023

La obra, la pintura, como espacio de juego. Como campo de acción, como soporte desacralizado, desprovisto de retórica. Como superficie libre de meditación, de contemplación, quizá́ ni siquiera como destinataria de una mirada complaciente. La radical propuesta de Nicolás Ortigosa propone situar al espectador como protagonista absoluto de la obra presentada en el CAB, hasta el punto de que las obras presentadas buscan desaparecer bajo la operación lúdica y festiva que solicita.

¿Qué esconde Ortigosa tras una decisión que parece ajena a la tradición patrimonialista que siempre asignamos a la obra de arte? La respuesta es una nueva pregunta: en un tiempo en el que el consumo de imágenes y la disputa por su pre- valencia engulle cualquier creación plástica, ¿queda algún rastro de esta en nuestra memoria inmediata?, ¿somos aun capaces de detenernos, pararnos y mirar? El juego parece ser el único lugar en el que la concentración del individuo es absoluta.

Mientras jugamos nuestros sentidos se estimulan; no hay sitio para una mirada furtiva a nada que pueda distraernos. Dejamos fuera nuestra obsesiva curiosidad por lo que pasa en el mundo conectado a las redes sociales o en el entorno próximo, incluso dejarse llevar por la imaginación puede resultar perjudicial: toda desatención se paga. Entonces tal vez situar la pintura como área de recreo no parezca tan kamikaze.

La pintura de Ortigosa, la real, la presentada de esta forma tan infrecuente, emplea el rasgo como eje vertebrador. No hay signos, no hay narrativa. Solo elementos gráficos. Un zigzag generoso expandido hasta los bordes y que parece derramarse fuera de ellos. Se ha señalado ya que una parte de ese quehacer proviene de la relación del artista con el surf y su mundo. Al igual que en el skate, en el surf el cuerpo se mueve y fluye. Los recorridos, los trazos que generan en el aire o sobre el agua sus participantes, componen una maraña expresiva cuya percepción exterior resulta inaprehensible. Un estado interior de zozobra, un marasmo que solo se resuelve con algunas de las máximas del surf: esperar, observar y decidir la acción.

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