La dimensión social que hoy tiene nuestro patrimonio cultural no es la misma que tuvo en el pasado; de hecho, hasta hace solo unas décadas el patrimonio no se valoraba y se fue perdiendo por diversos motivos. En nuestro país la pérdida de miles de piezas no fue por las guerras ni las catástrofes naturales, sino por la pobreza económica y cultural de siglos pasados, la falta de recursos del Estado, y, muchas veces por la estética dominante, que abonaban el terreno a oportunistas que sí valoraban y codiciaban lo que España malvendía sin remilgos, especialmente arte religioso. Así fue como salieron miles de obras de nuestro territorio, a través de robos y ventas sospechosas
Puede sorprendernos que uno de los momentos de mayor sangría para la salvaguarda de nuestro legado fueran las décadas de los años 70 y 80 del pasado siglo, momento en el que numerosos templos de la geografía castellana fueron expuestos a la actividad demoledora del mayor comerciante-ladrón, expoliador y traficante de arte de toda la historia: René Alphonse van der Berghe, conocido como Erik el belga.
Desde hace décadas, Hollywood nos ha acostumbrado a que los ladrones son personajes carismáticos, guapos, cultos y elegantes como Brad Pitt o Catherine Z.Jones, que acaparan arte por el mero placer de robar. Y aunque robar arte en la vida real no es chic, sino cutre, no es menos cierto que las hazañas de este ladrón de guante blanco superan la ficción.
Porque realmente no se puede considerar a Erik el belga como un vulgar ladrón: conocía perfectamente sus "presas", y su expolio consistía en piezas de extraordinaria calidad y valor. Además, su acción devastadora no terminaba ahí, sino que también era un experto falsificador, e incluso llegó a mutilar algunas obras para sacarles más rentabilidad vendiéndolas al peso, o para cobrar las partes por separado.
La llegada a España del belga se produjo después de haber desvalijado miles de obras por toda Europa y de haber sido detenido en su país natal. Pero en nuestras tierras encontró las condiciones idóneas para desarrollar su trabajo, ya que Castilla carecía de inventarios y presentaba un índice de despoblación mayor que otras regiones. En nuestro territorio se movía como Pedro por su casa. Tras echar el ojo a piezas de arte de gran valor y asegurarse de que no se le relacionara con los hechos, se rodeaba de bandas de cacos y maleantes locales que conocían las costumbres de los vecinos, para actuar con nocturnidad y trepando paredes -vamos: a la antigua usanza-.
Entre los sonadísimos robos de Erik el belga están las pinturas de Pedro Berruguete en la iglesia de Santa Eulalia de Paredes de Nava, pero también otras obras en Tordesillas, Medina del Campo, Toro, Frómista, Castrojeriz o Santa María de la Huerta, Roda de Isábena, Aralar, y un larguísimo etc. Pero este ladrón tenía sus remilgos, y nunca robaba imágenes de vírgenes que fueran la patrona de la población o muy veneradas: total, ya había muchas tiradas en las sacristías, como solía decir. A menudo, los vecinos no podían explicarse cómo sucedían estos hechos, ya que nunca había nada sospechoso. Erik el belga presumía incluso de que en ocasiones llevó a cabo los robos con un cuartel del guardia civil ubicado frente a la iglesia.
Y en efecto, nunca se le pilló con las manos en la tabla. Aunque después de muchas tropelías se le terminó deteniendo por falsificación -"interpretaciones"- de obras de arte, (actividad en la que había demostrado una habilidad especial). Y, además, una vez en la cárcel, consiguió llegar a un acuerdo con las autoridades españolas para que se le perdonaran los 14 juicios que tenía pendientes a cambio de colaborar en la recuperación de las obras robadas, muchas veces devueltas en mejores condiciones que antes del robo, algo de lo que se vanagloriaba.
Casi al final de su vida (junio 2020), Erik el belga escribió una biografía, Por amor al Arte (título más que sugerente), donde presumía no solo de haber robrado más de 6.000 obras, entre retablos, esculturas, pinturas tapices, orfebrería..., sino sobre todo de haber disfrutado haciéndolo (a lo Brad Pitt). Su ironía iba más allá y decía que uno de los motivos para cometer los robos fue el aprecio por unas piezas religiosas que le pertenecían como católico que era. Con el añadido de la burla, se jactaba de haber "interpretado" imágenes y tallas (de haber hecho copias), que después regalaba a las iglesias en las que había robado. Por supuesto, según él, sus pillajes hicieron un inestimable favor a un arte que de otra forma hubiera desaparecido por el mal estado de conservación en el que se encontraba. Y no, no hubo arrepentimiento, ya que Erik nunca lamentó su pasado.
Este enternecedor ladrón vivió sus últimos años en la Costa del Sol, entre el reconocimiento y la admiración de muchos, como demuestran las numerosas ocasiones en las que participó en charlas, debates o como asesor de arte. Robar bien vale una misa.